Cuando en la escuela josefina pasaban lista, todos sus compañeros se extrañaban de ese apellido suyo imposible de deletrear. Desde sus bisabuelos maternos, Karla Solano Dannemberger carga una mezcla afrodescendiente y alemana de la que sobrevive el apellido teutón, una ensortijada melena negra y su piel color cacao.
Al contar el origen europeo de ese apellido, los demás niños lo celebraban como un logro. Karla imagina que la discriminación positiva no habría sido tal si su apellido remitiera a un origen, digamos, más humilde.
Diego Chavarría peina canas que relucen entre su pelo negro, plateándolo. En su retrato tiene una ligera sombra de barba, y, con las manos en el regazo, posa para Lucas Iturriza . En el encuadre cerrado apenas se atisban las llantas de su silla de ruedas.
Diego adquirió una discapacidad hace 8 años, y hasta entonces no se había interesado en el status de los derechos de ese 10 % de la población mundial con capacidades especiales. En cambio, ahora es activista, y una de sus trincheras es Facebook, donde denuncia incumplimientos a la ley 7.600 , la que tutela la igualdad de oportunidades.
Génesis R. Cruz también es activista por los derechos humanos, en general, y particularmente sobre mujeres y población diversa sexualmente. En su fotografía aparece con los ojos muy abiertos y chispeantes, una sonrisa más parecida a un guiño y un piercing en el labio inferior.
“Es un poco intimidante verte en una fotografía de esas dimensiones en un museo, sin saber cómo reaccionarán todos los que te llegan a ver”, confiesa Génesis y agrega: “A la vez es satisfactorio porque, a través de mi rostro, estoy visibilizando a las personas diversas sexualmente, a muchas que no se animan a hablar o a mostrarse porque las situaciones de violencia y discriminación suelen ser atroces”.
Los retratos de Génesis, Diego y Karla son parte de la media centena que cubre las paredes de la Sala de Historia del Museo Nacional hasta el domingo 10 de mayo.
Se trata de la exhibición Somos todos Costa Rica, que reúne retratos hechos por Lucas Iturriza, fotógrafo argentino radicado en Costa Rica.
Así, aparecen bribris, culíes, borucas, afrodescendientes, cabécares, niños, muchachos, ancianos, flacos, altos, gordos, pequeños, barbudos, lampiños, transgéneros, tatuados, síndrome de Down o migrantes, y muchas de sus posibles combinaciones.
Nosotros, los otros. Iturriza ha sido “el otro” demasiadas veces como para no advertir sesgos discriminatorios. De niño y muchacho debió utilizar un aparato médico en la espalda –“tipo Frida Kahlo”– y se habituó a que lo mirasen raro en todas partes.
“Comprenderás que, aunque a los 16 dejé de usarlo, aún me sigue acompañando”, explica, distendido, con su acento bonaerense resonando hasta en un e-mail.
“La gente ya no me mira raro, pero en cualquier situación reconozco esa mirada al instante cuando se hace a otra persona por ser diferente. Lo veo en las calles de San José con los afrodescendientes, los indígenas, las personas con discapacidad, las personas obesas, la población LGTB [lesbiana, gay, transexual y bisexual] o cualquiera que sea ‘distinto’”.
Luego, apenas liberado, empezó a viajar por el mundo. Trabajaba temporadas, ahorraba y se colgaba al hombro una mochila. En esos otros lugares –un par de vueltas al mundo, viajes a África, Australia, India– también era minoría, extranjero, el otro.
Su instinto nómada lo hizo radicarse en el Caribe sur de Costa Rica. Luego de una invitación de la Caja Costarricense de Seguro Social para registrar con su lente una visita médica a Alta Talamanca, en el 2010, Iturriza entendió la riqueza que tenía guardada en la tarjeta de memoria –la suya y la de su cámara–.
Entonces esbozó un plan tan claro como sistemático: ante la abundancia de fotografía sobre las maravillas naturales y clichés “folclóricos” del país, él retrataría la también abundante maravilla de la diversidad de su población.
Su labor resultaría en Somos todos Costa Rica , una obra de denuncia de las discriminaciones y a su vez de festejo de la diversidad. La propuesta visual fue acompañada por una investigación realizada por Yasmín Granados (Universidad de Costa Rica) y Guillermo Acuña (Universidad Nacional). Ellos apoyaron el rastreo de Iturriza con un mapeo del acceso a derechos humanos de grupos vulnerables.
Hacer visibles. Una de las principales conclusiones, subraya Granados, es la discriminación múltiple. “La gran diversidad de Costa Rica propicia que se dé este fenómeno. Una persona puede ser discriminada por pertenecer a un grupo especifico: por cuestiones raciales, de nacionalidad, por una capacidad especial, orientación sexual...; sin embargo, puede pertenecer a varios grupos a la vez y esto acentúa la discriminación”.
Asimismo, el proyecto Latido América sumó un bucle de audio ambiente que evoca la diversidad registrada por Iturriza en sus fotografías y la traduce en una selección musical que incluye cantos borucas y cabécares, calypso , swing criollo, bolero y rock , entre otros géneros.
En Somos todos Costa Rica , Iturriza hurga en la diversidad del país para mostrar el cóctel genético que somos y visibilizar a poblaciones marginadas en la “construcción del ser costarricense”: poblaciones cuyos aparentes límites se entrecruzan y difuminan hasta sobrepasar la barrera de la “otredad”.
El visitante se verá reflejado en una, cinco o veinte fotografías: unas veces, por el color de la piel, la edad, la contextura o alguna otra característica de las muchas que alimentan lo que somos –unos anteojos, una silla de ruedas, un tatuaje, una arruga, un labial acompañado de bigote–.
En medio de los reflejos de las fotografías, los reflejos de un espejo ubicado en la mitad de la sala llevan la evidencia hasta su valiente estatura de fenómeno físico: “Usted, ahora mismo”, reza la cédula museográfica.